De músico, poeta y loco… todos tenemos un poco, como dice el refrán, o como decían los griegos, el hombre es una privilegiada mezcla de pensar, querer y sentir. El “trípode vital” que postulara Aristóteles y a cuyo equilibrio han tendido varias escuelas del pensamiento a partir de ese momento.
La música jugaba desde entonces un papel importante dentro de la búsqueda de ese necesario equilibrio “Nadie que desconozca las bases de la geometría y de la música puede traspasar esa puerta” decía el frontispicio de la Academia, en la Antigua Grecia.
Posteriormente, el hombre del renacimiento se significó también por su intención de desarrollar todas las potencialidades humanas sin que ello fuese considerado “una locura”. Es sólo una lamentable costumbre de nuestra época, la superespecialización, la que hace creer que no es posible o conveniente explorar diversos campos de la creatividad humana como medio para lograr un desarrollo más armonioso del ser humano.
Pero toda regla tiene sus excepciones y desde que lo conocimos –como estudiantes en la Preparatoria Nacional No. 1 en el inolvidable San Ildefonso– Alejandro solía combinar la seriedad en los estudios (la lógica, el pensar) con la actividad político-estudiantil (la ética, el querer) y la música, el teatro y el amor (la estética, el sentir) como nos gustaba proponer filosóficamente a lo largo de nuestros estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Y así, para desconcierto, desesperación y a veces envidia de alguno de nosotros, el estudiante que solía exentar exámenes por buenas calificaciones, se las agenciaba también para dirigir la orquesta de su club en la Colonia del Valle, así como participar en las elecciones y mítines estudiantiles de la Preparatoria. También se daba tiempo para escribir y actuar en obras de teatro y para enamorarse… enamorarse de las ideas, de los ideales, de su México y desde luego del amor.
Con Marcelo Aragón formaba un buen dueto que muchos requeríamos para llevar serenata a nuestras novias de la Prepa, sin tener que gastar los pocos centavos que entonces recibíamos como “semana” y fue precisamente el “Güero Aragón “, quien memorizó y apuntó las primeras canciones que, unas veces para una fiesta, otras para una muchacha o para unos amigos, escribiera Alejandro desde la época de la Secundaria, la Prepa y posteriormente, la Facultad de Derecho.
El Güero recomendaba a Alejandro que las registrara o que él las registraría como suyas, o que de perdida las grabase en un disco. Sólo una llegó al acetato, acompañada al piano nada menos que por Armando Manzanero y en la voz de uno de nuestros amigos de entonces. Ese disco se perdió y ni Alejandro conserva una copia. Muchas veces dos de los más queridos “hermanos” de Alejandro. Connie Vázquez -hoy de Orive- y el finado Víctor Monjarás -VIC- que solía cantárselas a sus novias diciendo que él se las había compuesto, le pedían en las fiestas y en las reuniones de amigos que las cantara y fueron ellos los que finalmente lo convencieron de registrarlas y grabarlas.
La selección que recoge este disco es del propio Alejandro y constituye un verdadero recorrido por distintas épocas y estilos musicales. No se trata de un “ciclo” o de un conjunto homogéneo o de igual calidad musical. Es un muestrario de las composiciones que a lo largo de veinte años, ha escrito Alejandro y que son conocidas por sus amigos íntimos y cantadas por muchos de ellos también. Así, una de ellas “Aquí estoy mi alma”, ranchera un poco en broma, al estilo de Chava Flores, habla de las peripecias del viaje de Alejandro a Europa y África, en 1959, cuando acompañó a sus padres que eran entonces Embajadores en Egipto. Fue compuesta con la intención de llevársela a su novia, en un “gallo y con mariachis”, al momento de regresar a México.
Poco tiempo después vino el primer desengaño amoroso, a los veinte años, y como entonces estaba de moda el bolero romántico al estilo de Armando Manzanero, de éste tomó Alejandro la forma y el estilo para “Lleno de ti”, que nos habla de la intención de no olvidar jamás lo que en un determinado momento nos parece “el amor de la vida”.
Después vino la época de su muy estrecha amistad con uno de los grandes de la trova yucateca antigua: el inolvidable Juárez H. García, que fuera compañero de grabaciones de Guty Cárdenas en Nueva York y creador del “Bajo Yuca”. En homenaje y recuerdo a este gran músico y amigo, Alejandro escribió en el tradicional estilo yucateco de los 30, que mucho contenía de influencia cubana y colombiana, “Martirio de amor”, “Tú te entregaste a mí”, y, posteriormente, “Boda en el Parque”, la primera para Talina, su esposa, compañera y a la que ha dedicado desde que se conocieron, todas sus canciones.
En una sola semana, desde Nueva York –en donde cumplía con un compromiso de trabajo– la llamó por teléfono en cuatro ocasiones para regalarle en cada una, una nueva canción; así nacieron “Tenme un poco de paciencia” -que popularizara Lola Beltrán-, “Solo”, “Miedo” y, en el sabroso estilo que recuerda a la época de Elvis Presley y Pat Boone: “I’m feeling sad and lonely”.
“Es hora de cerrar los ojos” es un poema al cual le pidieron a Alejandro transformara en canción, y “Al fin te encontré” constituye un homenaje a la música latinoamericana a la que es tan aficionado desde su viaje de estudios al Cono Sur, allá por 1967. Originalmente fue escrita como zamba argentina, luego se cantó como vals peruano -en homenaje a Chabuca Granda- para acabar finalmente en “pasillo ecuatoriano” al regreso de un viaje, que hiciera a Quito, con Talina.
La primera canción del disco, “Todo tiene su ida y vuelta” es una ranchera dialéctica —como le gusta decir al propio Alejandro— y se refiere a la transitoriedad de todas las situaciones extremas o absolutas, en la vida: la tristeza y la alegría, el amor y el rencor, el triunfo y el fracaso, que siempre están -como en el símbolo clásico oriental del Ying y el Yang- interpenetrándose a o influyéndose recíprocamente.
La presente compilación de sus canciones fue hecha por Alejandro para sus amigos. Ellos fueron quienes se la solicitaron y quienes lograron que las grabara finalmente. Las composiciones aquí recogidas tienen como inspiración básica el amor, el amor a la vida, a la mujer y desde luego a quien la ha llegado a encarnar desde hace varios años para Alejandro: Talina su bella esposa, amiga y cómplice en la vida. Y son un testimonio de la vocación humanista de Alejandro para quien -como a Terencio- “nada humano parece resultarle ajeno”.
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Eduardo Luis Feher